El niño

  Helen E. Buckley

(Traducción de Luis Porter)

Una vez un niño fue a la escuela.
El niño era bien pequeño.
la escuela era bien grande.
Pero cuando el niño vio
que podía caminar hacia el salón
desde la puerta de la calle
se sintió feliz
y la escuela
ya no le pareció tan grande como antes.


Einfach - Schön, René Kriesch
Einfach - Schön, René Kriesch

Poco tiempo después, una mañana
la maestra dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo -
- Bien – pensó el niño, porque le gustaba dibujar
Y podía hacer todas esas cosas:
Leones y tigres,
gallinas y vacas
trenes y barcos.
Así que tomó su caja de lápices de colores
Y se puso a dibujar.

Pero la maestra dijo:
- ¡Esperen! ¡Todavía no es hora de comenzar!
Y el niño esperó hasta que todos estuvieran listos
- Ahora, dijo la maestra, hoy vamos a dibujar flores
- ¡Qué bien! Pensó el niño,
Porque a él le gustaba dibujar flores.
Y comenzó a dibujar flores muy bonitas
con su lápiz rosa, naranja, y azul…
Pero la maestra interrumpió y dijo:
- ¡Esperen! Yo les mostraré cómo hay que hacerlas
- ¡Así! dijo la maestra
dibujando una flor roja con el tallo verde
- ¡Ahora sí! Dijo la maestra
- Ahora pueden comenzar.
El niño miró la flor de la maestra
Y luego miró la suya;
A él le gustaba más su flor que la de la maestra.
pero él no reveló eso.
Simplemente guardó su papel
E hizo una flor como la de la maestra:
Roja, con el tallo verde.


Otro día
Cuando el niño abrió la puerta del salón
La maestra dijo:
- ¡Hoy vamos a trabajar con plastilina!
- ¡Bien! Pensó el niño
El podía hacer todo tipo de cosas con plastilina:
Víboras y muñecos de nieve
elefantes y conejos;
autos y camiones…
Y comenzó a apretar y a amasar
la bola de plastilina
pero la maestra interrumpió y dijo:
- ¡Esperen! No es hora de comenzar
- Y el niño esperó hasta que todos estuvieran listos
- Ahora -dijo la maestra- vamos a hacer una víbora
- ¡Bien! – pensó el niño
A él le gustaba hacer víboras
Y comenzó a hacer algunas
de diferentes tamaños y formas
Pero la maestra interrumpió y dijo:
- ¡Esperen! Yo les enseñaré como hacer una víbora larga
- Así… – mostró la maestra
- ¡Ahora pueden comenzar!
El niño miró la viborita que había hecho la maestra
y después miró las suyas.
A él le gustaban más las suyas que las de su maestra,
pero él no reveló eso.
Simplemente amasó la plastilina, como hacía en su casa
E hizo una viborita como la de la maestra.
Era una viborita delgada y larga.


Alles Leid dieser Erde, René Kriesch
Alles Leid dieser Erde, René Kriesch

De esta manera
El niño aprendió a esperar
y a observar
y a hacer las cosas
siguiendo el método
de la maestra.

Tiempo más tarde
él ya no hacía las cosas por sí mismo.
Entonces sucedió
que el niño y su familia
se mudaron a otra casa, en otra ciudad
y el niño tuvo que ir a otra escuela

 

Esta era una escuela mucho más grande que la anterior.
También tenía una puerta que daba a la calle
Y un camino para llegar al salón.
Esta vez había que subir algunos escalones
Y seguir por un pasillo largo
para finalmente llegar a su sitio.
Y sucedió que justamente ese primer día
Que el niño estaba allí por vez primera
La maestra dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo
- Bien, pensó el niño
Y esperó a la maestra
para que le dijera cómo hacerlo.
Pero ella no dijo nada.
Solamente caminaba por el salón.


Rose, René Kriesch
Rose, René Kriesch

Cuando se acercó al niño
La maestra dijo: - ¿y tú no quieres dibujar?
- Si - dijo el niño, ¿y qué vamos a hacer? Añadió
- No lo sabré hasta que tú lo hagas - contestó la maestra
- ¿Pero cómo hay que hacerlo? Volvió a preguntar el niño
- ¿Cómo? dijo la maestra - De la manera tú que quieras –
- ¿Y de cualquier color? Preguntó el niño
- De cualquier color – dijo la maestra y agregó:
- Si todos hicieran el mismo dibujo usando los mismos colores
- ¿Cómo podría yo saber de quién es cada dibujo y cuál sería de quién?
- No sé… – dijo el niño
Y comenzó a dibujar una flor roja
con el tallo verde.

 

 

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El verdadero valor del anillo

 

"Recuentos para Demian"

Jorge Bucay

 

Habíamos estado hablando sobre la necesidad de reconocimiento y valoración. Jorge me había explicado la teoría de Maslow sobre las necesidades crecientes.

Todos necesitamos el respeto y la estima del afuera para poder construir nuestra autoestima.

Yo me quejaba por entonces de no recibir la aceptación franca de mis padres, de no ser el compañero elegido de mis amigos, de no poder lograr el reconocimiento en mi trabajo.

—Hay una vieja historia— dijo el gordo, mientras me pasaba la pava para que yo cebara— de un joven que concurrió a un sabio en busca de ayuda. Su problema me hace acordar al tuyo.

—Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

—Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después... –y haciendo una pausa agregó— Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

—E... encantado, maestro –titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

—Bien –asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó –toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete antes y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas..El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer al anillo a los mercaderes.

Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado –más de cien personas— y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

—Maestro –dijo— lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

—Qué importante lo que dijiste, joven amigo –contestó sonriente el maestro—.

Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

—Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

¡¿58 monedas?! –exclamó el joven.

—Sí –replicó el joyero— Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente....El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

—Siéntate –dijo el maestro después de escucharlo—. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.


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El elefante encadenado

 

"Recuentos para Demian"

Jorge Bucay

—No puedo –le dije— ¡NO PUEDO!

—¿Seguro? –me preguntó el gordo.

—Sí, nada me gustaría más que poder sentarme frente a ella y decirle lo que siento... pero sé que no puedo.

El gordo se sentó a lo Buda en esos horribles sillones azules de consultorio, se sonrió, me miró a los ojos y bajando la voz (cosa que hacía cada vez que quería ser escuchado atentamente), me dijo:

—¿Me permites que te cuente algo?

Y mi silencio fue suficiente respuesta.

Jorge empezó a contar...

 

Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente.
¿Qué lo sujeta entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?».
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.
Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede.
Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.
Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza...
Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré.
Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosostros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.
Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca y pensamos:
No puedo y nunca podré.

—Y así es, Demián. Todos somos un poco como ese elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad.

Vivimos creyendo que un montón de cosas “no podemos” simplemente porque alguna vez, antes, cuando éramos chiquitos, alguna vez, probamos y no pudimos..Hicimos, entonces, lo del elefante: grabamos en nuestro recuerdo:

NO PUEDO... NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ

Hemos crecido portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar.

Cuando mucho, de vez en cuando sentimos los grilletes, hacemos sonar las cadenas o miramos de reojo la estaca y confirmamos el estigma:

¡NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ!

Jorge hizo una larga pausa; luego se acercó, se sentó en el suelo frente a mí y siguió:

Esto es lo que te pasa, Demián, vives condicionado por el recuerdo de que otro Demián, que ya no es, no pudo.

Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón...

...TODO TU CORAZON.

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